Volker Wagener
02NOV2017
Para los que han seguido nuestras publicaciones sobre Prussiagate (ya llevamos como 60 partes y nos faltan unas 30 más por traducir), sabrán que en nuestra última publicación hablamos someramente de los niños lobo, lo que me llamó mucho la atención. Así que, con este articulo, nos expandimos un poco más y esperamos saciar su curiosidad.
Obligados a huir de la entonces Prusia Oriental a Lituania al final de la Segunda Guerra Mundial, esos huérfanos alemanes sobrevivieron al hambre, al frío y a la pérdida de identidad. Su destino ha permanecido durante mucho tiempo en el olvido por parte del gobierno alemán.
Iban descalzos y tenían piojos. Debía ser abril de 1946, pero después de tantas décadas, Erika Smetonus no está del todo segura de las fechas. Su madre no había sobrevivido a la guerra, su padre estaba desaparecido. Smetonus estaba completamente sola cuando comenzó la gran expulsión y huída de los prusianos orientales y decenas de miles de alemanes se trasladaron al oeste desde lo que entonces era la ciudad de Königsberg (hoy Kaliningrado). La niña de 11 años estaba desesperada: además de todo lo demás, había perdido a su hermano pequeño en el avance del Ejército Rojo.
En lugar de eso, se aferró a un niño mayor, que siempre huía de ella cuando encontraba comida para no tener que compartirla. Juntos, los dos llegaron a Lituania, donde Smetonus encontró un nuevo hogar con una pareja. Se deshicieron del niño porque no querían acoger a dos huérfanos. Smetonus se quedó con ellos por décadas.
Lituania y los ‘Vokietukai’
Semtonus es una de los «niños lobo» («Wolfskinder»), niños alemanes huérfanos, resultado de la Segunda Guerra Mundial en Prusia Oriental, una zona que bordea el Mar Báltico que había sido territorio alemán entre las dos guerras mundiales y que hoy corresponde a partes de Rusia, Polonia y Lituania. El número total de niños lobo solo se puede estimar. Algunos dicen que hubo hasta 25,000 de ellos vagando por los bosques y pantanos de Prusia Oriental y Lituania después de 1945. A los rusos se les prohibió acoger a esos «niños fascistas».
A los niños se les dijo que fueran a Lituania, donde habría comida. Si tenían suerte, los «Vokietukai», o pequeños alemanes en lituano, pasaban por aldeas con residentes comprensivos en su camino hacia los estados bálticos. Los lugareños dejaban baldes con sopa frente a sus puertas. Si los niños no tenían tanta suerte, los residentes les echaban los perros encima.
Las familias acogían con más facilidad a los niños pequeños que a los mayores. Los niños y niñas que no encontraban un hogar tenían que sobrevivir en el bosque. E incluso los que conseguían un techo no sabían cuánto tiempo se les permitiría quedarse. Marianne Beutler, quien tenía sólo 10 años en ese momento, fue acogida por granjeros lituanos para que ayudara a cuidar a sus hijos durante el invierno. Pero después de medio año, se deshicieron de ella.
Sin nombre, sin idioma, sin identidad
Beutler aprendió lituano en esos seis meses y fue crucial para la supervivencia, ya que hablar alemán estaba prohibido. Ponía en peligro no sólo a los propios niños lobo, sino también a las familias que les daban un nuevo hogar. Incluso un nombre alemán era arriesgado. Marianne se convirtió en Nijole.
Los pocos recuerdos familiares que los huérfanos habían logrado llevarse consigo cuando huyeron —fotografías, cartas, direcciones de familiares— les fueron arrebatados por sus «nuevos padres» y destruidos. La pérdida de la identidad fue el precio de la supervivencia.
Aunque la vida de los «Vokietukai» era dura en Lituania, era mejor que el destino que esperaba a aquellos que eran demasiado débiles para llegar a los estados bálticos. Miles de esos niños fueron enviados a hogares soviéticos dirigidos por la administración militar. Ese fue el destino de unos 4,700 niños alemanes en 1947, según la historiadora Ruth Leiserowitz, que ha investigado el destino de los niños lobo. Muchos de ellos fueron enviados luego a la zona de ocupación soviética, que más tarde se convirtió en la República Democrática Alemana (RDA). Viajaban en trenes de carga sin paja donde dormir. Los niños, que tenían entre 2-16 años de edad, llegaban a Alemania del Este después de cuatro días y cuatro noches, más muertos que vivos. Allí, eran colocados en orfanatos o adoptados por ávidos comunistas.
El fracaso de los políticos
Durante mucho tiempo, los políticos ignoraron la difícil situación de los niños lobo. Como grupo de víctimas de la Segunda Guerra Mundial, fueron tratados de manera mezquina y burocrática. No fue hasta el verano del 2016, que el Bundestag alemán decidió indemnizar a los alemanes de trabajos forzados. Sin embargo, los niños lobo, nuevamente, no fueron reconocidos.
Cuando Lituania obtuvo su independencia en 1990, los niños lobo ya adultos adquirieron la ciudadanía lituana, por lo que se les negó el pasaporte alemán durante mucho tiempo. La Oficina Federal de Administración de Alemania había declarado reiteradamente que los niños lobo habían renunciado a su derecho a la ciudadanía alemana cuando abandonaron Prusia Oriental. Aquellos que aún querían convertirse en alemanes tuvieron que pasar por largos y complicados procesos de naturalización.
A los huérfanos de guerra también se les negaron las pensiones alemanas. Lituania, al menos, pagó una pequeña pensión a «sus» niños lobo. Si alguno de los últimos sobrevivientes deseaba presentar una reclamación por daños y perjuicios, debió haberlo hecho antes de fines del 2017.
Regreso a Lituania
Erika Smetonus nunca volvió a ver al niño que la acompañó a Lituania en 1946. Pero logró encontrar a su hermano perdido 40 años después y también logró reunirse con su padre.
Sin embargo, no todos tienen tanto éxito en la búsqueda de sus seres queridos perdidos de aquellos crueles días. Y tampoco todos los niños lobo lograron cumplir su sueño de encontrar un hogar en Alemania nuevamente.
Para Rudi Herzmann, su sueño idealizado de Alemania se convirtió en una pesadilla viviente. Cuando finalmente llegó al país cuyo idioma había hablado de niño, se dio cuenta de que ya no era su país. Intentó hacer de Alemania nuevamente su hogar por mucho tiempo. Pero después de 13 años, regresó a Lituania, el lugar al que lo llevaron la guerra y el desplazamiento.
Fuente:
https://www.dw.com/en/german-wolf-children-the-forgotten-orphans-of-wwii/a-41214994